La nueva temporada de Juego de Tronos parece no estar satisfaciendo a sus seguidores. Aún sabiendo que nunca llueve a gusto de todos y que ningún final va a satisfacer a todo el fandom, parece intuirse, ya por el capítulo 4, que la trama coge una deriva que muchos no esperaban y que ahora no desean. Además, no parece un problema solo de trama. De alguna manera, muchos parecen (parecemos) intuir que el nivel del guion está bajando peligrosamente, pero ¿es solo un problema de la octava y última temporada, o ya venía de antes? Si no estás al día de Juego de Tronos, más te vale no seguir leyendo.
Vamos a remontarnos a 2016.
Si eres fan de Juego de tronos recordarás que ese fue el año en el que se estrenó la sexta temporada. Por primera vez, la serie despegaba de los libros para volar sola, desarrollando tramas inéditas incluso para los lectores de la saga de Martin. Aquel fue, me parece, el año de la gran explosión de la serie a nivel global, justo cuando el hype de los espectadores era más alto que nunca. Ya no podíannanticiparse ninguno de los acontecimientos de la serie, que por otro lado no decepcionaron a nadie: Jon Snow resurgía de entre los muertos para liderar al norte en contra de la tiranía del Bolton y ganar la épica batalla de los bastardos, a la vez que se nos confirmaba su ascendencia Targaryen. Sansa, adulta y empoderada, parece encontrar su lugar en el mundo. Arya emprende por fin su regreso a casa. Cersei, habiendo enterrado a su último hijo vivo, es proclamada como reina de los Siete Reinos, ganándose con ello una mirada de incredulidad y miedo por parte de su amado hermano Jaime. Su otro hermano, Tyrion, al fin mano de una monarca en la que cree firmemente, pone su ingenio e intelecto en pro de un mundo mejor. Y qué decir de Daenerys, nuestra Khaleesi, que consigue pacificar la antiguamente llamada Bahía de los Esclavos antes de volver sus ojos hacia el Trono de Hierro. Por aquel entonces, el Rey de la Noche aún era solo una amenaza inespecífica, esperábamos con la misma insistencia que Melissandre al príncipe (o princesa) que fue prometido y tres dragones surcaban el cielo. Todo parecía posible en Poniente.
vAquella temporada, magistralmente escrita, no solo nos regaló una trama vibrante y una de las mejores batallas rodadas para la televisión de toda la historia —la batalla de los Bastardos—, sino la enorme satisfacción de que se confirmara la GRAN teoría que los fans llevábamos años barruntando: que Jon era en realidad hijo de Rhaegar y Lyanna Stark, y por lo tanto, un Targaryen. De repente, el título de la saga literaria, Canción de Hielo y Fuego, cobraba más sentido que nunca y todos elucubrábamos con la profecía de las tres cabezas del dragón. Había tres dragones, por lo que debía haber tres jinetes Targaryen. Ya teníamos a dos de ellos, y solo faltaba un tercero. Cuando Tyrion entra en la mazmorra de Meereen donde Rhaegal y Viserion estaban encerrados y sale de allí con vida e ileso, ya casi podíamos imaginarlo junto a Jon y Daenerys, reconquistando poniente a lomos de sus tres dragones, emulando a Aegon el conquistador y sus dos hermanas… Esperanza que murió, miserablemente, cuando vimos a Viserion hundirse en las heladas aguas de un lago al norte del Muro. ¡¡¡¡Arrrrggggggghhh!!!!
Targaryens y teorías de fans aparte
La séptima temporada pareció robarnos mucho más que a uno de los dragones. A diferencia de la sexta temporada, la séptima no supo mantener el nivel argumental y la trama flaqueó peligrosamente, rozando el ridículo en ocasiones —como la infame reunión en Dragon’s Pit. Los personajes presentaban reacciones impropios de ellos, cometían flagrantes errores técnicos en sus batallas y mostraban la capacidad casi inhumana de trasladarse de un lado a otro del continente en un abrir y cerrar de ojos (recordemos a Gendry y su enloquecida carrera de vuelta hacia el muro). Por primera vez en Juego de tronos, pudimos verle las costuras a los guiones: qué pretendían los guionistas con tal o cual diálogo, cómo intentaban engañar al espectador con juegos tácticos, cómo forzaban situaciones o incluso romances en pro de hacer avanzar la trama en la dirección deseada. Ejemplo muy claro de esto es la maltratada trama de Invernalia, mal explicada a propósito solo para dar al público la impresión de que las dos hermanas Stark estaban enfrentadas, y preparar la gran sorpresa del juicio a Petyr Baelish, dejándonos el mítico «How do you answer these charges… Lord Baelish?» de Sansa como única satisfacción.
La octava y última temporada parece no estar tampoco a la altura
Ni de las expectativas puestas en ella ni del nivel de calidad que se le supone por los ingentes recursos disponibles. Weiss y Benioff no parecen ser conscientes de que tienen entre manos la última temporada de la que es, probablemente, la serie más grande jamás producida. Ya el primer capítulo fue relativamente flojo. Aunque esperábamos un capítulo de transición (y lo fue) lo que no esperábamos era la pobre redacción de diálogos (sobre todo en la escena de «Cómo entrenar a tu dragón y mantener caliente a tu Reina»). Fue aquí, además, cuando empiezan a pasar cosas porque sí: A Sansa le cae mal Daenerys porque sí, Daenerys y Jon se van de paseo porque sí, Cersei se va a la cama con Euron porque sí, Sam le cuenta a Jon la verdad de su familia porque sí (y porque estaba enfadado con la Khaleesi), etcétera.
El capítulo dos
A pesar de ser uno en el que aparentemente «no pasa nada» resultó estimulante. El guión estaba más hilado que el del primero (de hecho, de los cuatro capítulo emitidos, este es el único que no tiene graves problemas) y los diálogos estaban definitivamente mejor escritos, pero sigue habiendo cosas chirriantes, como la conversión de Tormund en el cómico invitado de la temporada (tendencia que parece vigente hasta hoy), a la vez que se hizo más evidente la intencióndel equipo de guionistas de que le cogiéramos tirria a Daenerys, cuando la hacen reaccionar de manera impropia a su carácter.
El capítulo tres
Fue al mismo tiempo un prodigio técnico y un desastre narrativo. Aparte de la —muy controvertida— oscura fotografía del capítulo, la (no tan larga) noche de batalla es espectacular. El capítulo tiene buen ritmo, muy buena dirección y bastante decente dirección de actores. La música acompaña magistralmente y verlo (incluso por segunda o por tercera vez) es emocionante. Pero —y aquí viene el GRAN pero— el problema siguen siendo las costuras cada vez más visibles del guión. Cuando ves al ejército Dothraki galopar hacia la oscuridad —y a una más que previsible muerte— sin la menor consideración bélica, casi puedes imaginar a los guionistas en su sala de reuniones diciendo: «¿A que estaría guay ver cómo se van apagando las espadas una a una?». Sí, espectacular es, pero… ¿Hola? ¿Hay algún cerebro dirigiendo esta batalla o solo estamos haciéndonos los chachis? Por otro lado, el capítulo está copado de deux ex machina, y si no pensad: ¿Cuántos personajes son salvados milagrosamente justo antes de morir? Por no hablar del muy épico, sí, pero también muy inexplicable momento en el que Arya sale de la nada para atacar al Rey de la Noche… ¡desde arriba! Que vale, que yo fui la primera que gritó de emoción al ver a Arya hacer algo tan épico (¡Girl Power!) pero ¿de dónde sale? ¿Por qué nadie la ve venir?
Aparte de lo anticlimático que resulta acabar con el Rey de la Noche a falta de tres episodios para el final, ya parece una pauta que Juego de Tronos deseche las tramas que no le sirven. Pasó con Tormundo y Gosht, mandados más allá del muro en el capítulo cuatro, o Gendry, sacado del juego de tronos contentándolo con Bastión de Tormentas. Ya está claro, a estas alturas de la serie, que no se animarán a aclarar tampoco el origen de Tyrion, al igual que desperdiciaron la trama dorniense. En fin…
Y hablando del capítulo 4
La verdad es que es un desatino total. Tras un muy elaborado y lacrimógeno funeral, los supervivientes de la batalla se pegan un fiestorrón épico. Vaso de Starbucks aparte, la fiesta está llena de escenas inexplicables y lugares comunes, para culminar con el fanservice del Jaime/Brienne y una horripilante escena entre tía y sobrino acerca de su parentesco y derechos royales. Posteriormente, se gestiona muy mal el tema de la herencia de Jon Snow, con una o dos escenas en las que se desvela el secreto que son más bien ridículas. Por si fuera poco, se coloca un cartel de neón sobre Daenerys que nos recuerda que está loca (como su padre). Varys parece haber entrado en pánico, de repente y sin venir a cuento, y a Tyrion (que para más inri lleva dos temporadas sin hacer NADA) se le está pegando tanta tontería. Luego, Bronn se cuela en Invernalia ballesta en mano como si nada para tener una inverosímil conversación con los hermanos Lannister. Y cuando piensas que el capítulo no podía ser más insulso, ¡Zas! y no una, ni dos, sino tres lanzas se clavan en el cuerpo de Rhaegal y en el corazón de todos los espectadores. ¡¡¡¡Arrrrggggggghhh!!!!
Podría seguir despotricando sobre el capítulo, pero creo que ya pillan la idea y a mí me va a dar un patatús.
Aunque todavía (pobres infelices) los fans no hemos perdido la fe del todo, y confiamos en un gran giro final que devuelva todas nuestras esperanzas, nos vemos venir un final de serie insulso, insustancial y precipitado, incapaz de contentar a cualquier espectador mínimamente exigente.
Nuestro único consuelo es que siempre nos quedarán los libros… O no.
Artículo coescrito junto a Nisa Arce